viernes, 24 de junio de 2016


EL CARRO DE LA LEJÍA, 24 de junio de 2016
(Crónicas de la chapuza política española)

La mentira real de la bajada de impuestos

Iba con miedo a buscar completados los documentos de la declaración de la renta de este año. El anuncio reiterado del chistoso Montoro y del torpedelengua Rajoy me hacía temer lo peor, porque siempre dicen lo contrario de lo que es. Y así ha sido; aumentó considerablemente la cuantía a pagar. No me lo puedo creer, reviso con el asesor fiscal todas las cuentas, pero a él le llueve sobre mojado: a todos les pasa igual, creen que los cálculos están equivocados, pero no; las cuentas solo le salen a la máquina de Hacienda. Claro que yo soy el prototipo de español controlable hasta el último euro; no tengo tanta fortuna como para buscar un paraíso fiscal o una cuenta bancaria en Panamá, y sí la desgracia de ser el más claro contribuyente a las arcas del Estado; sin escapatoria posible ni amigos en la oficina recaudadora.
Un nuevo engaño del partido en el poder que, amparándose en promesas vanas y la repetición vana de las promesas, cree –y así lo proclama– estar ofreciendo una bicoca. Esto es como las medidas contra la corrupción, de las que tanto se enorgullece el partido: mucha letra y poca acción. Ahí está el caso de la alcaldesa Rita Barberá: ante el peligro de ser juzgada la hacen senadora (poco activa, qué más da) para evitar que sea “ajusticiada” por los canales de cualquier mortal. A todos los pillados con la bolsa llena a la remanguillé les hemos oído proclamar su amistad con el presidente (no lo escribo con mayúscula porque no se lo merece) de Gobierno, que siempre parece quedarse al margen de la culpa. Si un ejército pierde una batalla por la cobardía o la ineptitud de sus soldados siempre el comandante, o el general al mando, será el responsable. Aquí no porque los mandos ya han cobrado por adelantado, y bastante bien, y se han ido de rositas a otro ejército donde organizar otras batallas mejores. Los soldados de a pié tenemos siempre poco que contar y mucho que padecer.
Las tendencia del partido en el Gobierno, a pesar de su apellido, son bien claras; en 2015 ha aumentado el número de millonarios en España en 15.000;  también el número de familias sin el mínimo ingreso. La diferencia entre ricos y pobres crece de manera escandalosa. Los casos de españoles que evaden y tienen sus fortunas en paraísos fiscales son más. El Gobierno hace amnistías fiscales que favorecen descaradamente a los de su clase, cuando no a ellos mismos. Hacienda parece tener dos varas de medir: una para apalear, la otra mágica para sacar de la chistera regalos y fortunas. De los desmanes económicos institucionales siempre salen favorecidos los mismos; a veces se les hace un pequeño lavado justiciero de cara en la cárcel, ínfimo paripé para no irritar a los honestos. Empresas públicas se privatizan, las privatizan siempre los de la mima clase social, la que gobierna en verdad el país, una burguesía economicista, avara, insaciable e inculta que, bajo el emblema decorado del patriotismo, pone sus caudales a refrescar y a producir fuera del país, donde allí sí satisfacen impuestos y cuentas.
Un estudio sobre los gerifaltes mandones del país me daría la razón. Pertenecen a la clase social que les apoya, les aúpa, y sobre la que más tarde revierten beneficios. Es una noria de mansos acémilas (los trabajadores) contentos con un poco de cebada, tan rica cuando hay escasez, sacándole del pozo el agua al “señorito” sentado en la sombra con una nevera de refrescantes licores y delicados aperitivos, servidos por lindas damas a las que prometieron bodas y banquetes con los de su clase poderosa. Al pueblo le dan las sobras de un empleo precario y unos recursos sociales de ínfima calidad –de los que incluso no todos gozan– revestidos de aura de sacrificio y generosidad. Vamos, que tendríamos que aplaudirles y reverenciarles por sus dádivas.

                                                          PABLO DEL BARCO

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