martes, 26 de marzo de 2013

EL CARRO DE LA LEJÍA, 26 marzo 2013 La España (i)Real (3) En su retiro de Estoril, vivía don Juan, padre del actual rey, en un exilio de largos tragos de ginebra; se le conocía como “señor dry martini”. Me decían los miembros del Consejo monárquico de don Juan que a partir del mediodía era difícil conversar con él. En aquel espacio de monarquía rampante silenciosa creció Juan Carlos. Tuvo una educación precaria y en solitario, que obtenía pocos frutos dada su poquedad intelectual, con la salvedad de su iniciativa y actividad amoroso sexual despierta desde muy temprana edad, herencia borbónica. Su salida a la luz pública fue un tanto desgraciada, con la muerte de su hermano Alfonso el 23 de marzo de 1956, por un disparo de Juan Carlos. El accidente no es criticable en sí, pero lo es el que se fuera como fugitivo tras el funeral de Estoril, donde vivía, evitando el atestado correspondiente, que aún hoy colea. De las teorías sobre la no casualidad del hecho no voy a comentar nada. Don Alfonso, “el senequita”, era el preferido de la madre. Pero casualidad no hay en la traición de “Juanito” (así llamaban al actual rey de España, nacido ochomesino en Roma) a su padre don Juan, heredero legítimo a la corona española, después de que el primogénito de Alfonso XIII, Alfonso, hemofílico, renunciara a la corona por el amor a una cubana; se casó de nuevo, también infelizmente, con otra cubana; murió desangrado en un accidente de tráfico. El segundo hijo Jaime, sordomudo, que más tarde se arrepintió y quería ser rey de España, se esposó con una cantante de origen prusiano; algo trajinaba Franco, que casó a su nieta Carmen con Alfonso, hijo de Don Jaime. Eran de esperar estos desafueros en la estirpe de los Borbones, con muchos antecedentes de desequilibrados mentales, como Felipe V (primer Borbón español), o Fernando VI, que se empeñaba en no defecar tapándose el ano con la parte alta de una silla; murió esparciendo mierda a su alrededor. Bella paráfrasis regia. El 23 de julio de 1969 Juan Carlos hizo el juramento a título de sucesor de Franco, aceptando los Principios del Movimiento y las Leyes Fundamentales. Dicho de otra manera, sucesor del gobierno ilegítimo de Franco, obtenido por las armas con una escandalosa nómina de españoles muertos. Todo ello después de un tiempo sometido a los caprichos del dictador, de aburrimiento “soberano” en el que debió aprender los rincones más “sugestivos” de España, siguiendo los antecedentes reales, y con los bolsillos vacíos, que medio llenaba con préstamos de amigos (escasos) o de banqueros interesados. Quiso ser granjero de gallinas y cerdos en palacio para ocupar su principesco vagar, como su tío Alfonso; tal vez de ahí le venga el interés por las ganaderías. Este es el rey que tenemos, heredero de la dictadura, que aplaudió muchas veces. Yo no puedo olvidarme del 1 de octubre de 1975, en la plaza de Oriente de Madrid, cuando Franco convocó, a golpe de bocadillo, viaje gratis y dieta, la última manifestación fascista para justificar las últimas condenas a muerte de tres miembros de FRAP y dos de ETA. Yo estaba en el juicio como enviado especial de la revista Sábado Gráfico. Y aquel día vi y padecí la vergüenza de ser desalojado de la sala del juicio, con los enviados de Amnistía Internacional, a pesar de los esfuerzos y la lucidez de Juan María Bandrés, abogado de Garmendia, para que nos permitieran informar. Es uno de los peores bochornos que he sufrido en mi vida. Se cerró la puerta y nadie pudo saber lo sucedido en su interior, salvo de las condenas, mientras, en la fría madrugada burgalesa, la novia de Garmendia, enfermera, nos decía con dolor que su novio nunca pudo haber firmado el acta de autoinculpación porque no tenía función motora alguna; solo una mano ajena pudo haber estampado la firma; o un imitador. Naturalmente mi artículo fue censurado en la revista, cerrada para la ocasión. Pude publicarlo en El Caso, revista de crímenes y asesinos, que le iba muy bien al caso. El 1 de octubre el príncipe Juan Carlos apoyaba con su presencia y sus palabras la actuación maquiavélica del senil dictador en la plaza de Oriente madrileña. Al día siguiente salía yo, avergonzado, para Brasil. Todavía más tarde, el 18 de julio de 1978, la Casa Real emitía un comunicado que no dejaba lugar a dudas sobre el calibre moral del futuro rey: “Hoy se conmemora el aniversario del Alzamiento Nacional, que dio a España la victoria para llevar la paz y el bienestar a todos los españoles. Surgió el Ejército, escuela de virtudes nacionales, y a su cabeza el Generalísimo Franco, forjador de la obra de regeneración”. (Continuará) PABLO DEL BARCO

jueves, 7 de marzo de 2013

EL CARRO DE LA LEJÍA, 7 de marzo 2013 La España (i)Real. (2) Soy de los españoles, y hay muchos, que duda de la necesidad de soportar en la actualidad un monarca tan (i)real como el nuestro, alejado del pueblo salvo en lo folklórico, heredero de una monarquía impuesta tras su última huida de España en 1931 y derrochador, entre él y la familia, de las arcas públicas, con una fortuna personal que sorprende en quien llegó a España con los bolsillos vacíos. Del rey hay noticias confirmadas de su participación en el 23F como promotor o maniobrero del pretendido golpe militar. Su historia, desde sus orígenes, deja mucho que desear. Juan Carlos tuvo un padrino repugnante que asoló España cuarenta años al que su abuelo Alfonso XIII, que se definía como “falangista de primera hora”, ayudó en el golpe militar de los sublevados contra la República en 1936. Ya sabes lo mucho que te quiere y te aprecia tu afectísimo amigo que te abraza. Alfonso XIII, le decía el rey, desde Marruecos, al general fascista en 1925. Pero la historia de huidas y deserciones de la Monarquía española es larga. Fernando VII, el rey felón, regresó a España tras la marcha de Napoleón para convertirse en un despiadado absolutista enemigo de las libertades y de la cultura, derrocando la Constitución de 1812, cuya celebración ha dirigido su descendiente Juan Carlos. La hija del servil Fernando VII, Isabel II, reina conocida por su furor uterino imparable, huyó de España tras la Revolución de 1868; en los jardines de París se dedicaba a perseguir a bellos muchachos y a punto estuvo de crear problemas diplomáticos. Engendró un hijo con el bello capitán de ingenieros Enrique Puigmoltó, que sería el rey Alfonso XII; de su marido real se narran actividades de pederastia y exceso de melindres femeninos. Las Cortes Constituyentes, con una amplia mayoría monárquica, proclamaron la Constitución de 1869, que establecía como forma de gobierno una monarquía constitucional, y la imposición de Amadeo I, hijo del rey de Italia; bonita componenda patriótica. El 29 de septiembre de 1874 se proclama la restauración monárquica con Alfonso XII. Desde 1931 –huída del monarca a Francia- hasta 1978 la monarquía española estaba en manos teóricas y lejanas de Don Juan, padre del rey, que no podía serlo por haber nacido fuera de España y ser hijo de Alfonso XIII, desposeído de su condición de monarca y acusado de alta traición a la patria. Creo que ninguna monarquía europea ha ido por tan malos caminos como la española y ha aportado tan poco, salvo desastres, como el vaivén continuado de las guerras carlistas, la pérdida de las colonias americanas en el 98, la guerra de África, y fugas en una monarquía de ida y vuelta que siempre ha llevado más que ha traído. Hagamos una excepción: la serie de amantes que les ha crecido y acompañado. Los Reyes Católicos vivían con escasas relaciones maritales que Fernando compensaba con interminables amantes. Carlos V tuvo un buen número de hijos bastardos, igual que Felipe II, de tan buena apariencia moral; Felipe IV iba a la caza de monjas y actrices (insistencia de los monarcas); Madrid estaba lleno de sus hijos naturales. Carlos IV mantenía un singular trío con María Luis de Parma y Godoy. Alfonso XIII tuvo cinco hijos naturales, que se sepa, algunos también con una actriz. Y en esa tradición milita el rey Juan Carlos, que en 1959 tuvo una hija con Olghina de Robilant, Paola, profesora hoy de la Universidad de Columbia, que no quiere saber nada del padre, desentendido de ella. Añadamos una pareja de jóvenes que están intentando ser reconocidos como hijos del rey. No soy tan moralista como para preocuparme de la ética del rey ni de su vida privada, que no hace vida marital desde 1976 aunque persiste en el simulacro, pero sí me molesta el dinero que sus actividades amorosas nos pueden costar. De los 500 millones de pesetas que se pagaron a Bárbara Rey por su silencio no duda nadie. Y ahora, con la princesaquenoes, Corinna, estamos de nuevo dispendiando los escasos ahorros de todos los españoles. Un casa en el Pardo decorada a gusto de ella, desplazamientos, seguridad…, pagado con fondos públicos ¿Para esto queremos un rey, comisionista, que escribe –le escriben- tres discursos al año para engatusar a los españoles, con el aplauso de muchos medios de comunicación, que dicen que representa a los españoles? Yo no deseo que me represente, dudo de la efectividad de su “trabajo”, no quiero que mis amantes me las paguen los fondos públicos, ni irme de cacerías subvencionadas cuando mis compatriotas sufren hambre y son desalojados de sus viviendas, ni que crean que soy de la misma calaña del que nos representa. Soy de los que cree que no nos hace falta el rey, que pasó su tiempo, que se debe reformar la Constitución para librarnos del servilismo de la monarquía huidiza, espuria, que padecemos. (Continuará) PABLO DEL BARCO