lunes, 3 de junio de 2013

EL CARRO DE LA LEJÍA. 3 Junio 2013 Sexo con seso La prostitución mueve en España cincuenta millones de euros al día, implicando a 400.000 trabajadoras, que se sepa; las estadísticas no especifican el números de trabajadores. La cantidad global del gasto en sexo ilegal (¡qué paradoja!) es mucho mayor. Los beneficiados de este negocio del sexo son los que ponen más seso en su desarrollo, y las autoridades políticas, que permiten esta válvula social de escape contra sus sofismas moralizadores. Éstas no pueden, por lo tanto, intervenir; oficializar el negocio equivaldría a no tener que justificar una buena parte de dinero destinado a las privatizaciones en medicina o enseñanza por los ingresos que devengarían. El dinero que recaudan es tan negro como la visibilidad de sus dirigentes, que forman parte de la economía sumergida en el país, ese fenómeno que permite que los ciudadanos en pleno no estallemos de cólera ante el gobierno asfixiante y falaz que padecemos; con trapicheos, quien más quien menos va sorteando la situación sin arriesgarse demasiado, en beneficio final, siempre, de los poderosos. Al final, su ejemplo te conduce también al engaño. Una buena parte de este negocio, revestido de suaves maneras, se difunde con alarde de publicidad en medios de comunicación. Es un capítulo más de la hipocresía social que nos impregnan con un cáncer más allá de lo epidérmico y la apariencia de una suave alergia poco digna de atención. De vez en cuando asistimos a una redada de activistas del negocio del sexo, que es un lavado de penas, no llega a tímida redención en la que las víctimas son siempre las del escalón más bajo, las pobres figurantes en el asunto. Pero es en general una estafa consentida y silenciada. Vamos a la realidad; tengo testimonios de quienes han marcado uno de esos números de anuncios que empiezan por 806, o similares, que luego te reenvían a otro número, 11864, o similar, poniendo la miel en los labios del llamante ante, por ejemplo, el anuncio de una señora rica y aburrida que hace sexo gratis o paga por hacerlo; las invenciones para engancharte dan para un libro, surrealista, de tan pícara sabiduría que ni García Márquez o Juan Rulfo mejorarían. Tras casi una hora al teléfono, con indicaciones de hotel a falta de la clave, la comunicación se corta; si llamas de nuevo tienes que iniciar el proceso otra vez; más leña al fuego, del teléfono. De la anterior llamada no queda rastro; solo del contador telefónico, y no pequeño. Los labios con la miel se pegan, impiden, además, denunciar a los truhanes. No opino contra las relaciones sexuales libres -que cada uno haga lo que quiera y pueda con lo suyo-, pero sí contra su manufactura por medios ilícitos. Si las autoridades no lo descubren es, simplemente, porque no quieren. Programas de este tipo aparecen por la noche en televisión en la sintonía de cadenas, algunas de línea católica, de la misma manera que periódicos conservadores y moralistas insertan en sus páginas anuncios calientes en los que las mujeres se ofrecen sin pudor a cambio de dinero. O se consiente o nos callamos; las campañas de publicidad para erradicar la prostitución de las ciudades me parecen ofensivas e hipócritas, además de inútiles. Y más ahora que, con la crisis, está aumentando su uso, de tapadillo, por necesidad. Me viene a la memoria la situación de Sevilla en el último cuarto del siglo XVIII; existían en la ciudad más de 300 mancebías (prostíbulos), propiedad en parte del clero, y a las que acudían mujeres de la buena sociedad para mantener en ellas sus amores clandestinos, previa recepción de un sustento económico. Hipocresía sin más, que afecta mucho a nuestro pueblo en lo referente al sexo y sus diversificaciones. La mejor referencia en la historia de España: Felipe IV, el rey más putañero de nuestra monarquía, mejorando lo presente como dice el vulgo, mandó cerrar las mancebías de Sevilla en 1627, por orden de su real rabo. Así somos y así moriremos como país, que ya nos queda poco. El Banco de España, nuestro banco más patriota, que debería dar ejemplo en la contratación de trabajadores, aboga por contratar a menos del salario mínimo -¿hay algo menos que lo mínimo?-; otra paradoja; el responsable de Sanidad de la Comunidad de Madrid ve con buenos ojos que se consuma tabaco; más paradojas. Yo, como ciudadano de a pie, ya no entiendo nada; de la hipocresía se pasa al descaro más brutal de estos ejemplares humanos (¿) que dicen hacer estas barrabasadas en nombre del pueblo y su felicidad. El pueblo, por supuesto, nace y termina en ellos mismos; el resto es basurilla insignificante, no digna de atención; solo sirve para unos impuestillos. PABLO DEL BARCO

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