lunes, 20 de junio de 2016


EL CARRO DE LA LEJÍA, 21 de junio de 2016
¿Qué hacemos con los políticos sin conciencia?

Acabo de ver el programa El Hormiguero, un coloquio entre Pedro (Sánchez) y Pablo (Motos). Pensaba que al margen de lo estrictamente político un líder de un partido iba a manifestarse con mayor soltura, dejando a un lado siglas y frases propias de  mítines  de campaña. Pero no; el representante político no ha dejado el uniforme en casa, ha querido convencer con lenguaje y modos de publicidad previa a las elecciones. En una palabra, ha demostrado su escasa flexibilidad para el diálogo común, con un presentador que sí se ha mostrado flexible, a pesar de que sus ideas políticas no parecen muy liberales. Hace dos días escuchaba a la representante del partido socialista en una tertulia decir “Hay que pensar con el corazón”, que me ha hecho recordar la frase de Pío Baroja “los andaluces piensan con la barriga”. El escritor tenía buena parte de la familia en Andalucía y suponemos que no hablaba por boca de ganso. Estas elecciones nos zarandean sin piedad en el mundo de la confusión, sumergiéndonos en una inmensa charca en la que la verdad es puro lodo y la explicación a ese lodo esencial son palabras engañosas, fútiles, que nos alejan de la realidad, que es de lo que huye el político.
Los políticos demuestran carecer de valores propios; esperan que el contrario tenga un desliz o meta la pata para alzarse airados contra él, sean verdad o no las acusaciones. Hace tiempo surgió una campaña contra Íñigo Errejón (Podemos) porque había estafado a la Universidad a propósito de un trabajo de investigación. Si eso fuera punible todos los profesores universitarios tendríamos que haber pasado por la cárcel acusados de infame delito. Los propaladores de la infamia han quedado impunes. Se consideró más grave el asunto que los de los estafadores de instituciones públicas y partidos políticos, que andan libres por la calle, sin el mínimo arrepentimiento. En los últimos tiempos solo oí arrepentirse a un pobre muchacho encarcelado por robar una bicicleta en su loca juventud. Estos politicastros paladines de la estafa son buenos contables. Vean, por ejemplo, Mario Conde, alabado, besoculado, babosamente nombrado doctor honoris causa por alguna universidad: se le reclaman, en primera instancia, más de trece millones de euros de paradero desconocido. Va al trullo, unos días, y se le premia con presentar una fianza de 300.000 euros, con lo que se le concede bonitamente la libertad para que siga disfrutando de su tesoro oculto. ¿También se le ha redimido por fianza al ladrón de la bicicleta?
Estamos demasiado acostumbrados a proteger y a justificar al delincuente. Los que gozan del privilegio de clase privilegiada se creen que esa condición les da derecho a toda desvergüenza no arrepentible. Desde la más alta instancia, la monarquía, que en España tiene una larga tradición de saqueo del país. La hermana del rey, la hija del rey, los primos del rey, guardan su dinero de extraño origen fuera del país que les ha vuelto a dar la vida con la transición política. ¿Dónde está la inmensa fortuna del monarca viejo, que sigue representando al país que tanto le ofreció a cambio, en mi opinión, de mucha cacería de dos y cuatro patas, amigos adinerados y poco esfuerzo político?
En el mismo orden de disparate social hemos visto cómo el fiscal del caso Noos defiende a la acusada real, cuando su función como integrante del Ministerio Público es llevar la dirección de la investigación criminal y el ejercicio de acción penal pública. El fiscal Horrach se quiere defender –pura picaresca– acusando al juez del caso de la infanta, desmemoriada realenga, que no ha mostrado el mínimo gesto de arrepentimiento de sus acciones, punibles en la consideración general de los españoles. Pero si al Fiscal General del Estado le nombra el rey ¿cómo va a osar un fiscal acusar a su serenísima (más o menos) alteza?
Este país es una infame morcilla grasienta hecha con los peores condimentos para que el pueblo, con hambre y sin cultura, se la trague en las pocilgas de la sociedad mientras los elegantes jefes de cocina salen en lujosos yates y aviones privados a gozar de guisos de jefes de cocina extranjeros pagados con enorme generosidad con el dinero que hurtan a los pobres comensales de la indigesta morcilla.
Se ha descubierto un caso más de corrupción en la comunidad valenciana a cargo de los PP Camps y Fabra, el abuelo del aeropuerto; diez millones –aquí contamos millones de euros como lentejas; ¿cuántos salarios mínimos hay en esos millones?– para una empresa de Púnica; tres de estos millones estaban destinados a la regeneración económica del país valenciano; acabaron regenerando solo a algunos valencianos, sin pudor y sin vergüenza. Cuanto más aumentan los casos de corrupción en el partido del Gobierno más aumentan los votantes a su favor. Decididamente los españoles tenemos alma de pícaros. ¿Cómo no van a tenerla, despampanante, los políticos, nuestros elegidos representantes?

                                                          PABLO DEL BARCO

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