EL CARRO DE LA LEJÍA, 21 de junio de 2016
¿Qué hacemos con los políticos
sin conciencia?
Acabo de ver el programa El Hormiguero, un coloquio entre Pedro (Sánchez) y Pablo (Motos).
Pensaba que al margen de lo estrictamente político un líder de un partido iba a
manifestarse con mayor soltura, dejando a un lado siglas y frases propias
de mítines de campaña. Pero no; el representante
político no ha dejado el uniforme en casa, ha querido convencer con lenguaje y
modos de publicidad previa a las elecciones. En una palabra, ha demostrado su
escasa flexibilidad para el diálogo común, con un presentador que sí se ha
mostrado flexible, a pesar de que sus ideas políticas no parecen muy liberales.
Hace dos días escuchaba a la representante del partido socialista en una
tertulia decir “Hay que pensar con el corazón”, que me ha hecho recordar la
frase de Pío Baroja “los andaluces piensan con la barriga”. El escritor tenía
buena parte de la familia en Andalucía y suponemos que no hablaba por boca de
ganso. Estas elecciones nos zarandean sin piedad en el mundo de la confusión,
sumergiéndonos en una inmensa charca en la que la verdad es puro lodo y la
explicación a ese lodo esencial son palabras engañosas, fútiles, que nos alejan
de la realidad, que es de lo que huye el político.
Los políticos demuestran carecer de valores propios;
esperan que el contrario tenga un desliz o meta la pata para alzarse airados
contra él, sean verdad o no las acusaciones. Hace tiempo surgió una campaña
contra Íñigo Errejón (Podemos) porque había estafado a la Universidad a
propósito de un trabajo de investigación. Si eso fuera punible todos los
profesores universitarios tendríamos que haber pasado por la cárcel acusados de
infame delito. Los propaladores de la infamia han quedado impunes. Se consideró
más grave el asunto que los de los estafadores de instituciones públicas y
partidos políticos, que andan libres por la calle, sin el mínimo
arrepentimiento. En los últimos tiempos solo oí arrepentirse a un pobre
muchacho encarcelado por robar una bicicleta en su loca juventud. Estos politicastros
paladines de la estafa son buenos contables. Vean, por ejemplo, Mario Conde,
alabado, besoculado, babosamente nombrado doctor honoris causa por alguna
universidad: se le reclaman, en primera instancia, más de trece millones de
euros de paradero desconocido. Va al trullo, unos días, y se le premia con
presentar una fianza de 300.000 euros, con lo que se le concede bonitamente la
libertad para que siga disfrutando de su tesoro oculto. ¿También se le ha redimido
por fianza al ladrón de la bicicleta?
Estamos demasiado acostumbrados a proteger y a justificar
al delincuente. Los que gozan del privilegio de clase privilegiada se creen que
esa condición les da derecho a toda desvergüenza no arrepentible. Desde la más alta
instancia, la monarquía, que en España tiene una larga tradición de saqueo del
país. La hermana del rey, la hija del rey, los primos del rey, guardan su
dinero de extraño origen fuera del país que les ha vuelto a dar la vida con la
transición política. ¿Dónde está la inmensa fortuna del monarca viejo, que
sigue representando al país que tanto le ofreció a cambio, en mi opinión, de mucha
cacería de dos y cuatro patas, amigos adinerados y poco esfuerzo político?
En el mismo orden de disparate social hemos visto cómo el
fiscal del caso Noos defiende a la acusada real, cuando su función como
integrante del Ministerio Público es
llevar la dirección de la investigación criminal y el ejercicio de acción penal pública. El fiscal Horrach se
quiere defender –pura picaresca– acusando al juez del caso de la infanta,
desmemoriada realenga, que no ha mostrado el mínimo gesto de arrepentimiento de
sus acciones, punibles en la consideración general de los españoles. Pero si al
Fiscal General del Estado le nombra el rey ¿cómo va a osar un fiscal acusar a
su serenísima (más o menos) alteza?
Este
país es una infame morcilla grasienta hecha con los peores condimentos para que
el pueblo, con hambre y sin cultura, se la trague en las pocilgas de la
sociedad mientras los elegantes jefes de cocina salen en lujosos yates y
aviones privados a gozar de guisos de jefes de cocina extranjeros pagados con
enorme generosidad con el dinero que hurtan a los pobres comensales de la
indigesta morcilla.
Se
ha descubierto un caso más de corrupción en la comunidad valenciana a cargo de los
PP Camps y Fabra, el abuelo del aeropuerto; diez millones –aquí contamos
millones de euros como lentejas; ¿cuántos salarios mínimos hay en esos
millones?– para una empresa de Púnica; tres de estos millones estaban
destinados a la regeneración económica del país valenciano; acabaron
regenerando solo a algunos valencianos, sin pudor y sin vergüenza. Cuanto más
aumentan los casos de corrupción en el partido del Gobierno más aumentan los
votantes a su favor. Decididamente los españoles tenemos alma de pícaros. ¿Cómo
no van a tenerla, despampanante, los políticos, nuestros elegidos
representantes?
PABLO
DEL BARCO
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