EL CARRO DE LA LEJÍA, 15 de noviembre de 1027
¡Basta ya! La dignidad no se inventa
Me había prometido no escribir más sobre Cataluña, también
por salvarme de la frustración de un país en el que he vivido y donde he
construido mi profesión. Pero la deriva que llevan los independentistas me
abochorna y me enfada. Sobre todo después de oír a la presidenta del Parlamento
catalán, al salir de la cárcel, que hay que mantener a toda costa la dignidad.
¡Qué atrevimiento! ¡Qué desvergüenza de quien proclamó la independencia de
Cataluña y ahora el miedo a la prisión le hace desdecirse de manera indigna y
grotesca! Las palabras no se las lleva el viento cuando se han dicho en un
medio de comunicación y distribuido por todo el mundo. Es curioso ver la
batería inagotable de excusas que están dando los fracasados políticos
catalanes independentistas. El ex presidente Puigdemont habla también de
mantener la dignidad; un tipo que ha huido, aunque lo disfrace con otras
palabras y otras justificaciones, después de mentir al pueblo catalán,
conducirlo a la lucha interna y arruinar su industria, también fugitiva contra
la seguridad que el ex presidente Mas (el pretendido y fantaseado rey Arturo) y
el ex vicepresidente Oriol Junqueras (fallido y atribulado clown de la
economía) habían dado de que no solo no huirían las industrias de Cataluña sino
que se darían bofetadas para instalarse en su territorio. ¡Qué valor! Pero ¿cómo
hay en Cataluña personas que crean en estos hazmerreir de la política, en estos
bufones del bien común, en esta panda de cavernícolas que tanto usan la palabra
dignidad y tan poco la practican? Mi abuela me repetía muchas veces el refrán:
“Dime de que presumes y te diré de qué careces”.
Me sirven de buen ejemplo para desconfiar de esta sociedad
que se deja engañar, con señuelos de escaso valor, por tipejos de menos valor
aún, que se desdicen y se quedan tan anchos pensando que el mundo al que se
dirigen es una masa irracional, impensante, estúpida. Y no les falta razón
porque fácilmente se acepta su incoherencia, por más que se les vea el plumero
de que su mayor interés es mantenerse en el poder, del que, sin duda, sacarán
enormes réditos personales. ¿Cómo entender si no que quienes han proclamado su
interés por la independencia, a veces insultando al Estado –y al pueblo español–
se peleen ahora como cafres sin memoria para contender en unas elecciones
convocadas por ese Estado al que denuestan sin descanso? ¿Cómo justificar que
quienes tanto aman a su pueblo, pero del que han huido, hagan su campaña lejos
de ese mismo pueblo con el que proclaman cercanía y unidad, desde el extranjero,
viviendo lejos de la legalidad de ese Estado –enemigo dicen– que convoca
elecciones, a las que no se quieren someter por miedo a la prisión?
Todo esto es un vodevil, de los malos, de principiantes que
incluso manejan mal la pluma y donde dijeron Diego dicen cualquier tontería con
mala sintaxis. Quienes hace unos días hablaban como representantes de la
República de Cataluña, asumida y proclamada por todo un pueblo –decían– ahora
devanan sus coronadas cabezas por buscar una justificación que les permita
optar de nuevo a un cargo de alta política para
borrar su evidente fracaso. Pero ni entre ellos se entienden ni
respetan, tal es su afán de instalarse de nuevo en el poder.
He visto a Marta Rovira, la definida como la mujer fuerte
de la independencia, llorar con un hipo de niña engañada, triste y enrabietada.
A Carmen Forcadell esconderse en su cárcel dorada del Parlamento Catalán, con
una mirada de payesa acobardada tras su paso fugaz por la cárcel. A Anna
Gabriel ya no la he vista más. Mientras a este grupo de perdidos y bisoños
políticos independentista les mantengan encerrados a sus héroes estaremos
soportando esta cencerrada hueca y triste. Y a Rajoy y su Gobierno felices, con
los cencerros a todo trapo, después de tirar la piedra y esconder las
consecuencia y las noticias de la corrupción y el torpe gobierno.
PABLO
DEL BARCO
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