lunes, 13 de noviembre de 2017


EL CARRO DE LA LEJÍA, 13 noviembre 2017

El músico Antonio José, otro García Lorca, asesinado

Ayer vivió la ciudad de Burgos un acontecimiento histórico con el estreno mundial de la ópera, incompleta, El mozo de mulas, original del músico burgalés Antonio José, nacido en 1902 y asesinado por los fusileros franquistas el 9 de octubre de 1936. En Estépar, a veinte quilómetros de Burgos, se buscan sus restos, amontonados en una enorme fosa común de víctimas no identificadas, en la que trabajan buscadores sin descanso para ensalzar su memoria. García Lorca le antecedió en la maldad y el rencor, el 19 de agosto de aquel fatídico año. Y por parecidas razones: ninguna, salvo las que dicta un espíritu retorcido y envidioso contra quien destaca por su inteligencia y su sensibilidad. Antonio José (Martínez Palacios) con trece años compuso Cazadores de Chiclana. Tuvo amistad en Madrid con García Lorca y Regino Sáinz de la Maza. En 1926 comenzó a escribir El mozo de mulas, una ópera bellísima y compleja que nunca pudo terminar. Ayer, en el Teatro Fórum Evolución, el recinto que alberga las investigaciones sobre Atapuerca, se rindió digno homenaje a su memoria, figura destacada en la teoría y la práctica de la canción popular, con un historial brillantísimo en el mundo musical en la hora de su asesinato.
            Yo estaba allí; no podía faltar; nací en el mismo barrio que Antonio José, fuimos a la misma escuela de niños, nuestra primera escuela; vimos la luz casi el mismo día, con muchos años de diferencia, vivimos en Andalucía –Málaga y Sevilla– y andamos los dos trotando por el mundo de la creación. El día antes publicaba la prensa local un poema mío dedicado al músico:


Diálogo con Antonio José

Quizás porque los dos pisamos
el mismo suelo en nuestra infancia
–desde el Hondillo hay una línea tensa
hasta la Moneda, trazada con tiralíneas
y amor viejo de pisadas cosidas en siglos
arrimados al viento y a la nieve, cuando
era la nieve y las huellas construían
alegres naturales mosaicos del mañana–;
quizás porque aquella vieja escuela
de San Lorenzo, donde aprendimos
los primeros suspiros y las primeras letras
subiendo por la estrecha escalera que abría
el abanico de los juegos y los gritos
del alma espontánea sin saber de futuros,
donde tal vez dejaste revoloteando
los futuros arpegios de tu música;
quizás porque vimos la luz en un diciembre
cuajado por el agua y el frío y crecimos
junto a la vieja fuente que se vestía
de largos carámbanos como chupetes
que hacían dulces nuestras bocas
de pequeños trotones incansables
–hoy ya no existe, como tantas ilusiones–;
quizás porque el paseado Espolón
o las agujas de la vecina catedral
nos llevaron a los vuelos del espíritu,




descosiéndonos inocentes de la realidad,
costurándonos a otro sin fin de cosas
del sentimiento y la razón que
a pocos les calaba y eran nuestro sino;
quizás porque tuvimos el sueño de Andalucía,
tú la salada dulzura de Málaga, yo la piadosa
apariencia de la Sevilla que transporta
las vírgenes en los hombros festivos
de sus hombres fantaseados de devotos;
para regresar a la sangre, a la historia,
desagradecida contigo, cercenada
por paisanos que solo llevan cuchillos
en las manos y piedras picudas
en el corazón de trapo y la cabeza de escoria
traspasada por cinco flechas de falso heroísmo.
Tú labras con la libertad los compases,
yo te propongo labrar con la palabra,
hacer un códice de suaves melodías
en esta tierra azul y dura donde aún existen
la mirada franca, la mano cálida, los brazos
como acero para salvar al hombre del miedo
y la pobreza, de la nada y el tópico,
navegando por nuestro amado río que nos dio
la fe y nos enseñó a fluir eternamente.

La representación de la ópera, dirigida por Javier Castro con la Orquesta Sinfónica de Burgos y el espléndido coro de la Federación Coral Burgalesa fue un acto emocionado y respetuoso rehabilitando la figura del músico. Superados la venganza y el odio, nos queda la belleza de la creación de este músico genial, que hoy hermana a vencedores  y vencidos. Ayer Burgos era la ciudad de la fraternidad y el futuro.            PABLO DEL BARCO

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