EL CARRO DE LA LEJÍA, 24 FEBRERO 2015
El lenguaje público
Rita Barberá, acrisolada y antifina (no astifina) alcaldesa
de Valencia acaba de darme la razón en mi particular campaña contra el pésimo lenguaje
de los políticos. Su “discurso” de anuncio de las Fallas valencianas es el
mayor despropósito que he oído, después de aquel “diferido” de la Cospedal. No
me cabe en la cabeza, no me cabe en las escuchaderas su lenguaje medio español,
medio valenciano, medio churresco evacuado por la máxima autoridad de la
ciudad, que tendría que ser modelo también en la expresión oral propia de su
tierra. Quizás la humareda y el ruido de los cohetes la ensordecieron y le
nublaron la visión de la realidad lingüística que no respeta. Además porque el
valenciano es una fórmula expresiva favorecida por el Estado español,
consecuencia, imagino, del poder político de aquella comunidad tan “popular”.
En Hacienda, por ejemplo, te ofrecen el castellano (lo usa
el 89 % de los españoles), el catalán y el valenciano (9 %), diferenciando éste
del catalán, y el gallego (5 %), para atender tus peticiones de información. Lo
que amplía por un lado lo resta por el otro: no ofrece información en vascuence
(1 % de hablantes en España).
El estado deplorable del habla se diluye y afecta a todos
los niveles. Acabo de oír a un periodista de la cadena SER decir: “El
entrenador dispone de 22 jugadores todos disponibles”. Caray, qué talento
expresivo el del muchacho; ¿cómo sería si de los 22 disponibles alguno no lo
estuviera?
Frases grotescas, desarticuladas, se oyen a todas las
horas, muy especialmente en las crónicas deportivas. Y no solo: el político
Malhuenda, profesor universitario –no se cansa de decirlo– y director de La razón, personaje que siempre en sus
actuaciones tertulianas va despreciando el conocimiento de los otros, insiste
en sus malas construcciones: “Yo me parece…” “Yo me gusta…” son sus frases
preferidas, que indican, además de un nivel de cultura lingüística escaso, una
egolatría que no se la salta un caballo de una buena cuadra catalana. También
presume de ser buen catalán; quizás sea ese el problema.
Al señor Rajoy le falla muchas veces la coordinación entre
sujeto, verbo y predicado de sus oraciones, como le falla la coordinación entre
la España de los suyos y la España de los otros. El alcalde de Sevilla es
también un excelente ejemplo, pero como habla mucho para beatas y cofrades se
le debe de perdonar, porque su plática está ungida por la fe y el fervor
mariano de la ciudad mariana por excelencia.
Al ministro de Hacienda es casi imposible detectarle
errores porque su habla saltimbanqui, despectivamente risueña y pretendidamente
chistosa, se le escapa entre los dientes y más parece un ensayo de Chiquito de
la Calzada que una comunicación o un discurso verazmente político.
Al portavoz del PP (Partido Pinocho) no le entiendo, mejor,
casi no le escucho porque habla siempre con la caca en la boca y la fregona en
el espíritu (el poco que demuestra tener); el lenguaje coprófago no me seduce
demasiado porque amo la pureza y el aire fresco.
A los chicos y chicas, o chicas y chicos, de la cúpula, no
sé si cópula (RAE: f. “Atadura,
ligamiento de algo con otra cosa”), del PSOE últimamente se les han
confundido las lenguas y los diccionarios y se les han atravesado algunas
palabras por las que habría que “imputarles” una acción de amputaciones de
sentido y verdades expresivas. Son tan autosuficientes que no enmiendan la
plana por mucho que la plana les enmienda a ellos continuamente. Como dice mi
vecino, “el que rebuzna burro es”.
PABLO DEL BARCO
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