EL CARRO DE LA LEJÍA, 20 febrero 2015
Nadie pase sin que Hacienda se equivoque
Lo decía Larra: “Nadie pase sin hablar con el portero”.
Claro que ahora el portero es Hacienda, que saluda a quien quiere, deja pasar a
quien le da la gana y pide cuentas al que aspecto más humilde tiene, porque a
un señorón cómo va a cuestionarle nada; sería improcedente. “Hacienda somos
todos” dice Hacienda, el coco de los españoles de a pie. ¡Ja!, ¡ja!; unos
más, otros menos y algunos nada.
Pero vamos a los hechos: recibo una carta de Hacienda, una
notificación requiriéndome, por incumplimiento, la presentación de la
declaración de la Renta año 2013, que presenté en lugar y fecha adecuados.
Visito mi banco por si hubiera incurrido en algún fallo; me enseñan el
duplicado de mi entrega y de su envío a Hacienda, además de las deducciones
operadas por la cantidad que he tenido que pagar como impuestos. Cotizo como
pensionista cabreado porque mi pensión no corresponde a lo que coticé toda mi
vida; pero dejemos pasar este asunto. He sido funcionario del Estado; quiere
decir que no he podido engañarle a Hacienda nunca, ni lo he intentado. Ahora me
llega la notificación y el aviso de presentarme en un plazo de diez días para dar
explicaciones a la sacrosanta, poderosa y torturadora Hacienda, haciéndome
sentir reo de lesa mentira, tras el sofoco previo a abrir la carta porque de
este organismo no esperamos nunca nada bueno.
Y ahora llega la segunda parte de este rocambolesco asunto:
regreso de viaje para enfrentarme al cumplimiento de lo requerido, me presento
en la oficina de Hacienda, espero una larga cola hasta que me atienden, voy al
departamento de notificaciones porque ese era el documento que llevaba, pero
NO, después de la larga espera. Debo de ir al departamento de requerimientos, pregunto
en qué ventanilla es, pero NO; tengo que pedir cita previa, aunque ya estoy en
lo que considero la cueva de Alibabá. Debo pedir un aplazamiento para presentar
la documentación y no ser sancionado; nueva fila, nueva espera. Regreso a mi
casa, llamo por teléfono a un número que, oh milagro del cielo, no empieza por
902 (¡qué delicadeza la de Hacienda¡), pero NO, todos los agentes están
ocupados. Y aquí estoy, con un viaje perdido y una preocupación más de esta
institución tan odiada porque nos hacen odiarla a casi todos los españoles.
Me explico ahora por qué hay tantos evasores de impuestos
en España, por qué las grandes fortunas no hacen sus declaraciones pertinentes
y verídicas: ¡cómo van a someterse a esta ignominia y pérdida de tiempo, ellos
que son parte importante de la economía del país! Y entiendo por qué Hacienda
pierde el tiempo conmigo, un españolito de tres al cuarto, al que puede putear
sin que nadie le llame la atención, que no tiene conexiones con la cúpula de la
administración y no puede mangonear a su favor, al que tienen machacado y
atemorizado con una pensión de cada día menor poder adquisitivo, que siente una
irritación poderosa cada vez que oye al ministro murciélago de potentes orejas,
grandes pero sordas ante el murmullo ciudadano, que, a golpe de risas y de lo
que él cree gracias, parece estar riéndose de los españolitos, robándoles el
alimento que da a los poderosos, cada día en mayor número, riqueza y ostentación.
Y voy a contar la última gracia del que juzgo gracioso desgraciado
ministro de Hacienda: está enviando cartas a todos los pensionistas que han
trabajado fuera de España, para que paguen impuestos por lo que reciben de esos
países, que en muchos casos son 10 ó 20 euros, nunca más de doscientos, que
trae locos a los trabajadores de Hacienda y a los requeridos al pago. Argucia
ínfima para quien debería canalizar los esfuerzos persiguiendo el fraude fiscal
de personas con nombres y apellidos relumbrantes. En fin, que el señor ministro
se pone España por montoro, con su risita, sus chistecitos idiotas, aprovechando
su información para atacar a oponentes políticos en una actitud ilegal,
lamentable y bochornosa, a la que parece que ningún fiscal se opone. ¿Será que
todos temen al lobo y le ríen las gracias para no caer en sus fauces? ¿Hasta
cuándo tendremos que soportarlo?
Pablo
del Barco
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