martes, 7 de octubre de 2014

EL CARRO DE LA LEJÍA, 7 octubre 2014

Ana (Ébola) Mato, ministra de Insanidad

Ya opiné, hace algunos “carros de la lejía” que traer a enfermos de ébola a España me parecía más afán de colocarse una medalla la ministra Mato que de resolver un problema. Los expertos advirtieron que ningún hospital de España estaba adecuado para el tratamiento del enfermo, de los enfermos, y que el personal sanitario desconocía en buena medida los protocolos de actuación; el mes de julio un grupo de sanitarios presentó en Madrid una denuncia sobre el asunto, antes de la llegada del primer enfermo. Pero una medalla, en época preelectoral, para una ministra de reconocida incompetencia y de escasa comunicación (lleva más de un año sin comparecer en el Congreso), es muy valorable. Ahora las cañas –de pescar méritos– se le han vuelto lanzas con la punta envenenada por un virus mortal; “a hierro Mato si a hierro muero” como podría decir la canción.
Ayer hemos asistido a una rueda de prensa, vergonzosa, de la ministra Mato, agazapada entre miembros de su ministerio, con cara asustadiza, que declinó en ellos las respuestas. La única, por dos veces, que se le hizo sobre su responsabilidad en el tema no tuvo respuesta. Y me pregunto, ¿para qué una responsable de la Sanidad española que no es capaz de enfrentarse a una realidad, que huye de su compromiso, que da soluciones evidentemente inadecuadas y  a veces dañinas? Hace un tiempo, cuando se sospechó, con final feliz,  de un enfermo de gripe A en el ejército, la Mato se desgañitó pidiendo la dimisión de la ministra Chacón. Tendría que gritar ahora contra ella misma, darse en la cabeza porque aquí ya hemos sufrido dos muertes y un contagio con un virus mortal, por una acción de su responsabilidad irresponsable. A mí me parece la Mato una inútil absoluta, a la que el sr. Presidente de gobierno le ha dado una “tarjeta opaca” para disponer a su antojo de la salud de los españoles. Y eso empieza a parecerme un delito. Ana Mato pasará a la historia, con su pequeña e insulsa historia, como la “ministra importadora del ébola en España.
Con el gasto que supuso traer al primer misionero (miembro de la comunidad religiosa de San Juan de Dios, no un cualquiera) se podía haber instalado un hospital de campaña en el país de origen de la enfermedad, haber contribuido al bien social y haber evitado riesgos innecesarios. Pero allí no habría tantas cámaras, tantas luces de comitiva, tanta publicidad. Ahora harán que las cámaras se dirijan a la pobre enfermera enferma de ébola, justificando que ha sido un fallo humano, su fallo, porque hay unos protocolos –ya lo he oído hoy en bocas de “doctos” representantes del ppartido ppoplar– “que son envidiados por todo el mundo”, como los resultados económicos que clama el ppresidente Rajoy. A las admirables enfermeras españolas, según declaran ellas estos días, en apenas diez minutos se les enseñó a ponerse y, aquí está el sinsentido, a quitarse los trajes, labor minuciosa que exige media hora de dedicación. Las enfermeras pasaban de un departamento a la habitación del enfermo de ébola, y de esta a otra general. A la enfermera hoy en riesgo se le dieron vacaciones cuando murió el último enfermo por el virus, sin establecer una mínima cuarentena precautoria. 
Todo tan chapucero como el comportamiento de la ministra, tan culpable ella como el sr. Ppresidente que la nombró y que se resiste a cambiarla, a pesar de la contestación unánime desde sus primeras actuaciones y, sobre todo, desde sus muchas ausencias claves. Ya han salido algunos tiralevitas ppopulares encomiando la labor y la discreción (¿habrán querido decir “inhibición”?) de la ministra. Rajoy está oculto, no asoma, siguiendo su costumbre en casos conflictivos. ¿Qué tal internarle unas horas, para reflexionar, con el traje adecuado, en la habitación de la enfermera enferma de ébola? ¿Se daría cuenta de la magnitud del problema? ¿Y si propusieran a la Mato para la Comunidad europea en sustitución de Arias Cañete para refrendar el éxito político español?
En el próximo “carro” les traeré la vergüenza vivida en una visita a un hospital con recortes del Sur de España.


                                                                                    PABLO DEL BARCO

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