lunes, 6 de octubre de 2014

EL CARRO DE LA LEJÍA, 6 nov. 2014.

¿El último señorito andaluz?

Los señoritos andaluces hoy serían, en buena lógica y honestidad, poco presentables en la sociedad. Dicen que fueron desterrados aunque no hace mucho tiempo aún campaban por nuestras geografías sociales y (anti)cultuales muy a sus anchas, y aún sospecho que… Yo descubrí Andalucía en Jerez de la Frontera, sembrada de Domecqs, Pemanes, Bobadillas, Terrys  y otras especies semejantes, nido de señoritos, pero también de muchas buenas cosas En aquellos años setenta eran comunes las hazañas de algunos de estos pejes (“taimado”, “desvergonzado”); famosísimas las del Pantera Domecq, preñador de sirvientas, del que se decía que “le había puesto casa a la mujer”, no a la querida, que era lo habitual en aquella sociedad de la “casa grande” y la “casa chica”; la situación  se daba por natural. Fue desterrado a Madrid por sus hazañas sobre y antihumanas, que no voy a repetir porque eran muchas, desorbitadas y jugosas si no fuera por el desprecio que entrañaban del pueblo trabajador andaluz. Acostumbraba el Pantera a dar una patada al puchero de la comida comunal para que los sirvientes tuvieran que comer en el suelo. Del derecho de pernada del señorito se hablaba como de algo aún no desterrado. Tenía el más desvergonzado derecho a todo, ninguna obligación exigible. El Pantera de Jerez se ufanaba de hacer el camino de Madrid a Jerez en velocidad record, tiempo record, animales muertos record, y persecuciones de la guardia civil record, y el record de no ser nunca sancionado. Despreciaba a la mujer, plato de segunda mesa para él. En aquella sociedad a la que yo llegué se sentaban primero los varones a la mesa; cuando acababan de comer, lo hacían las mujeres.
Pues hete aquí que estos días la actualidad nos pone frente a las narices a un ser que mira con desprecio a los de abajo (me parece, después de haber visto muchas fotos y reportajes), que ha ensalzado la escasa inteligencia de las mujeres,  que ha tenido la desvergüenza de no declarar todos sus ingresos a la hacienda española –él, que fue Delegado de Hacienda en Jerez de la Frontera, y profesor de Derecho en aquella universidad– con el consiguiente quebranto social, que se ha dedicado al desarrollo de una actividad empresarial insalubre y que ha mentido en los foros europeos con el nombre de España en la boca. Y la casualidad me sitúa al tal peje compartiendo familia cercana con el portador de uno de aquellos apellidos típicos del señoritismo andaluz, a la sazón cuñado suyo. Los señoritos andaluces estaban, o están, acostumbrados a pensar que es suyo todo lo que crece bajo su vista y sus narices, que pueden disponer a su antojos de voluntades y derechos; pero no advierten, dada su cortedad,  que con este invento de la comunidad europea, sus artimañas y  actitudes fuera de nuestras fronteras solo tienen el éxito de la ridiculez, porque nadie les va a reír sus gracias, creer sus invenciones chuscas, ni a aplaudir sus desaforos, por muy titulados que vayan de ex ministros o presuntos embajadores del bien común.
Cañete es el nombre común del carrizo, usado para techar cabañas, guarecerse de la lluvia y las tormentas, que, con la que le está cayendo, no le vendría nada mal a este representante español de aspecto y ademanes toscos, que dice muchas gracias porque seguramente no sabe hacerlas de verdad para beneficio de los otros. No dejo de compararle con aquel señorito jerezano que daba la patada al puchero para que la gente comiera en el suelo y no perdieran nunca su sentido y conciencia de hombres procedentes de la tierra; éste, con su carita de arcángel rechoncho se debe creer que está por encima de los mortales, porque él ha superado la condición de pueblo para convertirse en representante del pueblo; o sea, sátrapa (“que vive con mucho lujo y ostentación”, “que abusa de su poder o de su autoridad”) sin discusión. Pero en Europa parece que no hacen gracias los “señoritos” españoles y están queriendo ponerle la proa a éste, que llegó con la trapacería y la mentira debajo de la gabardina, lujosa, de la democracia, como un exhibicionista al que los suyos aplauden con el mismo escaso rubor que él se aplaude y se ejercita en las verdades inventadas. Sin embargo, dado el carácter travestista de la política actual, puede ser que a este orondo representante español no terminen de “darle por el cañete”, como esperamos los españoles de ley.


                                                                                    PABLO DEL BARCO

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