Desnudar la mácula, última obra de Pablo del Barco, es un conjunto de 41 poemas que nos incitan a abrir los ojos, a despabilar esa parte dormida de nuestra retina que nos sirve para poder leer y distinguir con claridad, sin artificios, las caras de las cosas y los rostros de las personas. Para ello nos invita a pasear de su mano por calles y estados, a asomarnos a los espejos y a volar como un pájaro; a aguardar la lluvia que purifique y borre y a pisar amapolas.
Yo diría, simplemente, que en sus poemas nos cuenta lo que ve. Desde su ventana de escritor-observador, asiste al correr de este mundo como un pasajero o un antiguo emigrante, se entretiene en comprobar el caminar del tiempo.
El tiempo es en esta obra una presencia sólida, que martillea con insistencia («ayer no acaba nunca, / los relojes caminan /adelante y atrás»); un tiempo siempre igual y detenido que a veces sirve de preparación «para la escena mundial / del esperpento» o solo es un paréntesis para un nuevo principio, pues es el mismo autor quien confiesa que no sabe vivir, no acierta con la fórmula, y busca la posibilidad de reinventarse o inventarse la vida («me reinvento y me resurjo / en un jardín de amapolas»; «Quiero tachar el poema / aún no escrito, / tacharme yo, / hacerme borrador / y empezar la existencia»), aunque a veces duda si no habrá que seguir el mensaje evangélico de, simplemente, hacer como los lirios y los pájaros: «sólo tumbarse entre los surcos / y navegar /con el amor de los trigales». Navegar, dejarse llevar, es una tentación siempre («los pechos ahora navegan / hacia el mar»).
También, y por supuesto, en sus versos buscará Pablo el amor, que aparece muchas más veces como ausencia que como presencia («te invito a mi mesa / y no estás», o «ella calla y todo el amor es mío»), y en otras se perfila como sueño o ensueño porque el poeta (qué iluso) lo espera con mayúsculas («así se hace esencia el amor; / no sé tu nombre, / escríbemelo / aunque no sirva de nada, /para desconocerte / y poder amarte de verdad»).
Merece en este punto hablar de su relación con la poesía y la palabra. Pablo nos confiesa que escribe porque solo las palabras son dóciles, aunque a veces cobran una vida independiente y se le resisten («y la palabra debida / no se halla»). También nos confirma que en ocasiones sufre el olvido de las musas, y mucho más el de los hombres, como si para ellos se volviera invisible («se olvidaron de mí, / despertaron las calles con sol / y yo no amanecí»).
La soledad, pues, está presente en el poeta («estoy más allá / del horizonte / más allá de los sueños… / y estoy solo»); pero no una soledad triste, sino buscada y bien aceptada («pero estoy firme / y sonrío / en el espacio alcanzado / de mi soledad»).
Otro tema al que Pablo del Barco le da vueltas desde la misma cita del principio es el de la vida y los sueños, a los que pretende dar manotazos para empezar a vivir porque quizás, como dice en boca de Marina Fagúndez, «La vida existe, pero no es verdad», y en esa idea ahonda el poeta al afirmar que «la vida no es verdad /aunque el camino existe». (O «la verdad es mentira / y tú no existes»).
En realidad, en esta obra de madurez Pablo investiga sobre la esencia y la existencia, «su» existencia, desnuda de toda máscara, y, después de su recorrido por calles y estados, por fin nos descubre su conclusión en el poema que da título al libro y que recuerda a uno de sus escritores preferidos, Juan Ramón («¡la transparencia, mi amor, la transparencia!»), ya anunciado en el primer poema del libro («¿cómo era, dios, / su transparencia?»).
Aprenderlo todo, empezar de cero, reaprender con la mirada limpia, desnudar la mácula y ser («… tachar el poema /aún no escrito, / tacharme yo, / hacerme borrador / y empezar la existencia») es, pues, la intención y el deseo de Pablo del Barco para el lector que tenga el gusto de acercarse a su libro.
Sobre Pablo del Barco
Pablo del Barco es profesor de literatura, doctor, investigador, articulista, editor, traductor, pintor, artista gráfico, grabador, poeta, emprendedor, organizador y comisario de exposiciones y eventos internacionales, pensador, crítico, alma de la Factoría del Barco y comprometido con la creación y con el mundo.
Su obra literaria es muy extensa, y en ella se mezclan varias lenguas y varios lenguajes, tanto verbales como visuales, pues para Pablo el trazo y el color son elementos tan necesarios en la poesía como la palabra. Sus poemas no son solo para leer, sino también para mirar. Son pequeñas dosis de reflexión que no siempre atienden a la gramática, que se explican y se muestran por sí solos como imágenes en un espejo, como reflejos a veces surrealistas, en otras ocasiones fragmentos de una realidad soñada o porciones de la vida cotidiana.
Elena Marqués
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