EL CARRO DE LA LEJÍA, 13 noviembre
2013
“Aquí me las den todas, o parecer
que digo sin decir”
A
mí, como supongo que a muchos ciudadanos, la última proclama del PSOE queriendo
convencer de la puesta a punto de un partido renovado me parece una sombra
chinesca, al socaire de las autoalabanzas del PP sobre la calidad casi perfecta
de su gobierno y la prosperidad anunciada sin mucho fundamento. Me suena a
alharaca sin más, cosa de competencia ante la evidente caída del partido en las
estimaciones de voto. Yo no veo renovación, no veo capacidad ni voluntad de
asumir el riesgo de comprometerse, de incorporarse a una sociedad en crisis. Y
confieso que empiezo a ver pocas distinciones entre el partido en el Gobierno y
el principal partido de la oposición. El PSOE no está dispuesto a enmendar
errores. Habla con la boca pequeña de la constitución de un Estado federal,
medida que no supo tomar en su momento, cuando favoreció la creación del Estado
de las autonomías, que era un quiero y no puedo, por miedo seguramente a la
reacción social. Es una contradicción que sigue pagando y pagará mientras no
afronte el problema con valentía y dignidad. Su actitud ante la descalificación
de la ley Parot demuestra también la tibieza de sus dirigentes. Pero donde más
ambiguo se manifiesta, a pesar del sentir en una parte de la base del partido, es
en su actitud frente a la permanencia de la institución monárquica. Ya
sorprendió en la reinstauración de la monarquía, de mano del dictador; ya se
hizo sospechoso el partido de la mano de Felipe González con las palmaditas en
la espalda de un monarca que, en mi opinión, no ha sabido estar a la altura de
las circunstancias en momentos significativos: la guerra en Irak, donde actuó
de hombre invisible (Al Rey
corresponde, previa autorización de las Cortes Generales, declarar la guerra y
hacer la paz, reza el artículo 63.3 de la Constitución española); el golpe del 23 F y su sospechosa
actitud, muy bien aclarada y sustentada por la prensa alemana; sus alianzas con
magnates del petróleo, la impermeabilidad de su fortuna, y sus amores
continuados, que nada me importan en lo personal pero sí cuando nos afecta por
las interferencias y consecuencias políticas y económicas que acarrea.
Durante
el gobierno del PSOE, partido en su origen republicano, no hubo la mínima
preocupación por definir la figura del príncipe heredero. Ahora el monarca se
aferra a sus privilegios y no quiere
abandonar el poder, siguiendo la educación antidimisionista de nuestro país. Pero
hay un problema que nos acecha: lo que ocurrirá si Albert Solà Jiménez,
autoproclamado hijo bastardo de Juan Carlos, único varón de los tres que se le
atribuyen ya sin reserva ni censura, y primogénito, nacido en 1965, 12 años
antes que el príncipe Felipe, consigue que se le reconozca la paternidad del
Rey, salvando la actitud de los juzgados de primera instancia 19 y 90 de Madrid,
que se niegan a admitir la demanda de paternidad aferrándose a la
“inviolabilidad” del monarca que establece el artículo 56.3 de la Constitución
española: La persona del
Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre
refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez
sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65, 2.”, que
reza El
Rey nombra y releva libremente a los miembros civiles y militares de su Casa.
El artículo 64 dice: 1. Los actos del Rey serán refrendados por el
Presidente del Gobierno y, en su caso, por los Ministros competentes. La
propuesta y el nombramiento del Presidente del Gobierno, y la disolución
prevista en el artículo 99, serán refrendados por el Presidente del Congreso. 2.
De los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden.
Dicho de otra manera, aquí nadie se atreve a
ponerle el cascabel al gato. Y el gato está al acecho, con la secuencia
hereditaria que marca la Constitución bajo el brazo, en el artículo 57: La Corona de España es hereditaria en los
sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la
dinastía histórica. La sucesión en el trono seguirá el orden regular de
primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a
las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el
mismo grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a
la de menos. Aquí está la herida y aquí le duele a nuestra temerosa democracia.
Ya no es momento de pedirle responsabilidad al
monarca por sus actos; es la hora de tomar medidas sobre la institución
monárquica, tan en entredicho últimamente, tan desacreditada en lo que se sabe
y de tan magna sospecha en lo que de sus miembros se comenta, poco o muy
abiertamente. Más se conoce en Alemania que en nuestro país del tema; más se
comenta. En esta época en la que el Gobierno y otros compañeros de la actividad
pública nos mienten uno y otro día sobre
aspectos de grave índole social, es necesario que algunos “representantes” del
pueblo tomen la bandera de la historia para procesar un futuro que lo que exige
es, sobre todo, una buena dosis de verdad.
PABLO
DEL BARCO
No hay comentarios:
Publicar un comentario